lunes, 13 de febrero de 2012

Escatológicos

Un piojo que había cenado porotos inventó la pediculosis.



Es sabido que las gallinas son muy sentimentales y propensas a somatizar en el habla, en la escritura y en el comportamiento.
“El amor de una amiga ponedora no fue correspondido por su gayo del interior. Él se marchó para sus pagos y esha  quedó solita en los sushos. Para no olvidar la vos de su poyo provinciano, después de cacarear se come las eses.”





El comisario descubrió en la banquina que el pistero que había amenazado a un peatón con una pistola se había embriagado con pisco. No sabemos qué fue lo que pispeó el comisario al costado de la ruta; desconocemos  qué pista encontró. Es un verdadero pisterio. 


Una gomita de borrar de sexo masculino y de origen francés corrigió un texto en mal estado y gomitó.

jueves, 9 de febrero de 2012

Muñequitas

Dentro de seis meses
me van a regalar la muñeca que tanto pedí.
Por ahí se parece a mí.

El regalo llegó antes de tiempo,
en caja de acrílico, pero
hasta dentro de 2 meses no lo puedo abrir.

Sultán se va de casa porque
se la puede comer y
salió muy cara.

Vino fallada: llora, come y hace pis, pero no habla.

Me engañaron.
No es para mí sola.
Mi mamá y mi papá le dicen “mi muñequita”.

No la quiero más.
Ella no me quiere.

¡Es inteligente! Ahora sonríe.

Ahora me sonríe a mí.
¿Me quiere?
Es a mí, sí.
Me quiere.

La amo a mi hermanita.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Silba la siesta

Añadir leyenda
¡Qué calor insoportable! Me hace acordar a la tarde en que se lo llevaron a Bruno. Estuvo un día entero sin aparecer, la tía estaba como loca. Yo sabía qué le había pasado, y los demás también, pero nadie se animaba a decirlo. Esto fue hace como treinta años, cuando vivíamos en Misiones, al lado del río Iguazú.
A Bruno le faltaban veinte días para cumplir cinco años y quería frascos para guardar bichos. Tenía una colección de insectos del monte, que atrapaba a la hora de la siesta. La tía siempre le decía que estaba podrida de tanto bicherío, y que se metiera en la cama, porque si no, lo iba a agarrar el Yasí-Yateré. Y así fue.
Una tarde salió a cazar avispas Camoatí, a pesar de que el típico silbido sonaba más fuerte que de costumbre. Esperó a que todos se durmieran y se escapó para el monte. Pienso ahora que el Yasí lo llamaba con su silbido. Llegó la noche y Bruno no volvió.
Recorrimos la zona con linternas y desesperación. Yo aprovechaba cada vez que podía para dejarle al Yasí un montoncito de tabaco para que se contentara mascándolo y nos devolviera a Bruno.
Lo encontré yo al día siguiente, estaba todo enredado en ramas y tenía hojas en el pelo que parecían pegadas con saliva. Vi huellas que venían del Norte, así que para ese lado se había ido el desgraciado. Todos saben que el Yasí es un rubio bonito pero tiene los pies al revés. Bruno estaba como atontado y sólo se acordaba del brillo de un bastón dorado. ¡Qué calor insoportable, las cosas que me hace decir!

Leyenda versionada por Tatiana Lara Israeloff y Violeta Hadassi


La dama de blanco

El joven dobló por la calle Juncal, como todos los últimos sábados por la noche. Desde que Lucía lo había dejado, se había vuelto su recorrido habitual. El aire que salía de su boca se convertía en humo al encontrarse con el frío de agosto. Al llegar a la esquina de Junín, algo lo motivó a cambiar de rumbo y unos metros más adelante, la vio. Llevaba un vestido de un blanco radiante. El joven no pudo frenar el impulso de invitarla a tomar algo y darle su abrigo para protegerla. Entraron a “La Biela”, un bar tradicional del barrio de Recoleta.

Eligieron ubicarse junto a la ventana, alejados de la gente. Él le quitó el sobretodo a la muchacha, dejando la blancura del vestido nuevamente al descubierto, y le acercó la silla en un gesto de caballerosidad. Se sentaron enfrentados manteniendo la distancia que exigía la mesa.

Él no sabía con qué tema empezar la conversación. Tenía miedo de quedar en ridículo o espantarla. Se le ocurrió que la música era un buen tema. Así se enteró de que a ella le gustaba la música clásica y sabía tocar el piano. Cuando les trajeron el café supo su nombre: Luz María.

El joven notó que los hombres que estaban en el bar los miraban y murmuraban. No le pareció extraño siendo Luz María tan hermosa. Él se ofreció a acompañarla hasta la casa y en el puesto de flores de la calle Posadas, le compró un ramo de rosas. En el umbral de la puerta, entre miradas y sonrisas, la besó. Sintió un escalofrío y volvió a su casa pensando en ella.         

Al día siguiente, decidió sorprenderla. Tocó el timbre de su casa y una señora mayor le abrió la puerta. Él le preguntó por Luz María y, entre llantos y gritos, recibió una respuesta inesperada. Su dama de blanco había muerto treinta años atrás.

Corrió al cementerio sin poder creer en las palabras de aquella mujer. Los nombres escritos en las lápidas le lastimaban los ojos. Su desesperada búsqueda llegó a su fin frente al nombre de Luz María grabado en el mármol. Cerró los ojos porque ya no quedaba nada por ver. Cuando el vacío del mundo se había hecho más grande, el aroma de las rosas se hizo presente y el joven volvió a sentir el mismo escalofrío de la noche anterior.


El sereno del Cementerio de La Recoleta declaró que era habitual, desde hacía treinta años, ver pasear a Luz María vestida de blanco los sábados por la noche.

http://fondonegro1.blogspot.com.ar/
Leyenda versionada por
Tatiana Lara Israeloff y Violeta Hadassi

Zoe y Nicolás D. K.

           Zoe abrió los ojos por primera vez esa mañana de frío. No vio los labios regordetes de su mamá pidiéndole que se levantara rápido para ir a la escuela. Se encontró, en su lugar, con unos rulos enmarañados de color marrón y, casi al mismo tiempo, sintió un abrazo cálido, fuerte y generoso. El dueño de esos rulos y de los brazos abrigados era Nicolás. Para ser exactos, Nicolás D. K., porque Nicolases hay a montones. De alguna manera, uno tiene que diferenciarlos y las iniciales de los apellidos son bastante útiles para esto.
            Lo primero que Zoe le dijo a su compañero de juegos fue: “¡Salí de acá que no quiero que me veas en camisón!”. Y se tapó con las frazadas... desde la hebilla que le sujetaba tres pelitos del flequillo... hasta el dedo gordo del pie, que sobresalía del agujero que ella misma había hecho en la media con su tijera nueva.
Nicolás, ya saben a cuál me refiero, se quedó esperando afuera, con ojos y boca impacientes. Después de veinte minutos colorados de vergüenza, se abrió la puerta.
            Zoe estaba hecha una reina. Se había puesto su disfraz de araña y estaba lista para jugar. El grito penetrante de oruga asustada lanzado por Nico dio comienzo al juego y provocó el primer reto de la mañana, porque los vecinos aprovechan los sábados para descansar. La araña persiguió a su desayuno por todo el departamento.
Por fin, pudo atraparlo en la cama de sus padres, gracias a la telaraña que había tejido con los cordones de las zapatillas. Entonces, para inyectarle su veneno paralizante, lo mordió. Al instante, todo el edificio escuchó el segundo grito de Nicolás D. K. y los dos recibieron varios retos seguidos. Uno por el asunto de los vecinos dormilones, otro por haber desarmado la cama que tanto cuesta hacer y otro más por sacar los cordones de las zapas que son tan difíciles de pasar. Zoe le echó la culpa de todo a la televisión, de donde había aprendido a cortar medias y flequillos para refrescarse en verano, así como a tejer redes de hilo para atrapar bichos y niños gritones.
            Obligados a jugar en la pieza, los inseparables amigos decidieron organizar un campamento ahí mismo. Mientras ella se sacaba las patas de araña y se ponía la ropa de exploradora, él tuvo que esperar quince minutos encerrado en el placard, hasta que la puerta se abrió.
Nico inició el juego con un rugido de oso con rulos que asustaría al más valiente, y ella le respondió con un gritito, ahogado, para evitar que los retaran nuevamente. Él consideró oportuno ese momento para devolverle a Zoe la mordida arácnida y, por las dudas, también la rasguñó. La exploradora lloró, gritó y pataleó.
Él trató de explicarle que lo que tenía que hacer no era semejante escándalo, sino agarrar su escopeta y dispararle, pero parece que ese rasguño no se arreglaba solamente con un balazo. Llegó la mamá de Zoe y los separó. Por un rato largo no jugarían juntos.
Nicolás se quedó en el living, arrodillado en la silla de la computadora sin poder usarla. Zoe estaba en el dormitorio de sus padres, sentada en la cama, mirando aburrida la televisión apagada. Ambos se lamentaban. “¿Para qué le habré inyectado todo mi veneno, si con un poquito alcanzaba?” “¿Para qué la habré rasguñado si a mí lo que me gusta es abrazarla?” Ambos suspiraban. “De todos los Nicolases del mundo, él es mi preferido.” “De todos los venenos de araña del Universo, el de Zoe es el más dulce.” 
            Ella miró hacia el living y encontró el reflejo de su amigo en el espejo grandote del pasillo. Estornudó fuerte para llamar su atención y sus ojos. Cuando Nico giró sus rulos, se encontró con una frente amplia y hermosa y, más abajo, con los labios regordetes de Zoe sonriéndole a través del espejo. Por señas, se pidieron disculpas y se amigaron, deseando estar de nuevo el uno con el otro.
            Al rato, la mamá de Zoe, que había visto disimuladamente la escena desde el balcón, los dejó jugar juntos otra vez, con la condición de que no gritaran ni se lastimaran. Acordaron convertirse en espías y decirse mensajes secretos al oído. Además, se las agarrarían contra enemigos imaginarios, de esos a los que no les duele si uno los muerde o los rasguña y no provocan peleas entre los mejores amigos.

Remedios caseros

Dolor de panza

¿Dolor de panza por ansias?
¿Las fragancias rancias te dan repugnancia?
Sin tardanza, avanza hacia la ambulancia.
¡Ten confianza!

Reuma

El reuma se rinde de rodillas raudamente
al recitar rimas ridículas y recordar refranes.



Dolor de garganta

Si no aguanta la garganta
la angustia mengua
con gárgaras de mango en agua.
El domingo, enguántese y úntese
un ungüento de magnolias en la lengua.







Pediculosis
Contra los piojos escojo
mirarlos con enojo a los ojos.
Si están flojos, les arrojo a mi antojo
manojos de objetos rojos para dejarlos cojos.

No me acongojo y echo el cerrojo.
Si no, me mojo y me sonrojo.

El sueño de la pulga más dos

El sueño de la pulga


En mi ciudad hay un barrio.
En ese barrio de mi ciudad hay una cuadra especial.
En esa cuadra especial de ese barrio de mi ciudad está mi casa.
En mi casa hay un jardín.
En el jardín de mi casa hay un limonero.
En el limonero del jardín de mi casa hay una rama.
En la rama del limonero del jardín de mi casa hay un gato dormido.
En el lomo del gato que está dormido en la rama del limonero del jardín de mi casa que está en una cuadra especial de un barrio de mi ciudad hay una pulga que sueña.
La pulga se despierta y la ciudad, el barrio, la cuadra especial, mi casa, el jardín, el limonero, la rama y el gato desaparecen.





El secreto

En mi edificio hay un departamento.
En el departamento de mi edificio hay una cocina.
En la cocina del departamento de mi edificio hay un frasco.
En el frasco que está en la cocina del departamento de mi edificio había algo escondido.
¡Pero yo lo encontré primero y me lo comí!

                                                                       Federico Mitodo

Cinco y veinte

En un edificio hay veinte pisos.
En el quinto piso, hay veinte departamentos.
En el quinto departamento del quinto piso, viven veinte hermanos.
El quinto hermano de los veinte que viven en el quinto departamento del quinto piso en un edificio, por suerte, tiene veinte dedos, cinco en cada mano, y cinco en cada pie.

                                                                       Joaquín Topiso


¡Puaj!

      ¡Puaj! exclama Tomi cuando prueba la sopa de fideos de cabellos de ángel, la de municiones o la de verdura, pero grita de alegría cuando para la cena hay sopa de letras.

      Es fácil adivinar por qué a un niño puede gustarle más esa sopa que otras, pero no son tan obvias las razones de nuestro minúsculo comensal. Fundamentalmente, porque tiene recién dos años y medio, y por más que sea muy despierto y parlanchín, no sabe qué son las letras ni qué se puede hacer con ellas.


      Parece ser que el pequeño Tomás tiene el don de distinguir una letra de la otra por su sabor, ¡y qué sabores conoce! Invariablemente, al comer una E indica ¡empanadas!; con sólo lamer una A afirma ¡albóndigas!; y al morder una O anuncia con tono afrancesado ¡omelettes, oh la lá!.

      Al principio, con las vocales, todo resultaba curioso y simpático a la vez, pero la cosa tomó otro color cuando empezó a distinguir las consonantes. Para Tomi, a modo de ejemplo, la C sabe a cable de teléfono, la G a bigotes de gato, y la P a cabezas de fósforos quemados.

      La primera vez que el niño se dio un atracón de estos exclusivos sabores, la familia se preocupó sobremanera pensando que había ingerido realmente esas sustancias peligrosas. Comenzó entonces la sucesión de ajustes, acomodaciones y controles que planificó la familia para contrarrestar los posibles efectos y defectos del curioso don en cuestión.

      Primero llamaron a la gente de la compañía telefónica para que revisaran el cableado e hicieran un informe escrito del estado del mismo, así como de las consecuencias de una posible ingesta. Tuvieron que cambiar de compañía y pedir disculpas por escrito para evitar la intimidante carta documento. En cuanto a los bigotes felinos, la hermana mayor, que había aprendido los números en el jardín, era la encargada oficial de contarlos diariamente. Por su parte, los padres dejaron de guardar los fósforos usados en la cajita y adquirieron la sana costumbre de arrojarlos a la basura.

      Tras numerosos estudios de sangre, de orina y radiografías, nunca pudieron probar que el menudito Tomás hubiese engullido nada peligroso. Además, ningún método, por más riguroso que sea, puede echar luz sobre otro tipo de delicias. Por ejemplo: a la J, Tomi le atribuye un agradable sabor a baile, a la Y, un tinte de venerable antigüedad y a la Ch, un gustito a revolución indescriptible. Desde ya, las H no las come porque no saben a nada.

      Así transcurre por ahora la vida de Tomi. Cuando crezca, formará parte de la Real Academia Española y elaborará un detallado diccionario de gustos.

En la loma


En la loma, un olmo y un álamo.
Un animal lame al olmo.
Una alimaña lo emula y lame al álamo.
La luna ilumina la melena de miel del animal en el olmo
y la línea de la mano mala de la alimaña en el álamo.
La alimaña menea el lomo y amilana el ánimo del álamo.
El animal de miel lame al olmo y al álamo y anula el mal.

Frío fronterizo



En la frontera de Francia, Francisco el africano afronta el frío frotándose la frente con franela de frisa. Los fronterizos le ofrecen frenar el frío con franqueza frotándolo fraternalmente contra un fresno pero fracasan. Le ofrecen refrigerios de frambuesas y frutillas y un frasco con frutas frescas pero fracasan. Lo friegan con dentífrico de frambuesas pero fracasan. Le frotan azufre y fracasan. Francisco el africano frente a la frontera de Francia sufre el frote del fresno, refrigerios y frascos de frutas, sufre el dentífrico y el azufre y, francamente, sufre el frío.

El cofre tenebroso

Brunildo abre el cofre con frenesí.
Adentro no hay oro precioso ni cobre.
Ni libras ni coronas ni francos.
El hombre sufre el precio del fracaso; otra vez enfrenta la pobreza.

El candelabro cae en la alfombra.
Una bruma sobrenatural cubre a Brunildo; una brisa fría lo abraza.
Se abriga con la piel de cabra sobre los hombros
y presiente problemas.

Primero, una fragancia brota del cofre.
¿Broma o brujería?
De pronto brilla una luz tenebrosa.
Brunildo brinca atrás abruptamente.

Frente a él descubre un libro en un atril.
Lo abre deprisa. Las frases lo oprimen brutalmente.
En el proceso, las palabras se precipitan sobre él  y lo aprisionan.
La alfombra vibra.
Brunildo se recobra y cubre el libro con su abrigo de cabra.
Las palabras brincan encabritadas al cofre.
El hombre lo traba con el candelabro.

Brunildo es libre.

Grasoso y gracioso

En una gruta, un tigre gruñe y grita negras groserías
tras atragantarse al tragar un grano de tigro magro y grasoso.
¡Qué gracioso!

Crimen

Ogro de Ana Villegas
Ocurrió un crimen:
El ogro cretino
se tragó un grillo.
No lo critico,
no había más trigo.
Sangre no vi, ni gris ni negra,
pero tres gritos pegó la suegra.

Blas y Blanca. Blanca y Blas

Al alba, Blas clavaba las tablas a la balsa y
Blanca lavaba la bata.
Avanzaba la avalancha y
Blanca daba habas y bananas a la bandada.
Blas clavaba y hablaba.
Hablaba y clavaba tablas.

-¡Avalancha!
-¡A la balsa!
Blas y Blanca alzaban alabanzas a la balsa.

Acaba la avalancha.
La balsa salva a Blanca y a Blas.
Blanca baila lambada; Blas, balada,
Blas y Blanca, vals.

Blanca y Blas bailaban vals.
¿Y la oveja?
Balaba.
¿Y la beba?
Babeaba.