miércoles, 8 de febrero de 2012

Zoe y Nicolás D. K.

           Zoe abrió los ojos por primera vez esa mañana de frío. No vio los labios regordetes de su mamá pidiéndole que se levantara rápido para ir a la escuela. Se encontró, en su lugar, con unos rulos enmarañados de color marrón y, casi al mismo tiempo, sintió un abrazo cálido, fuerte y generoso. El dueño de esos rulos y de los brazos abrigados era Nicolás. Para ser exactos, Nicolás D. K., porque Nicolases hay a montones. De alguna manera, uno tiene que diferenciarlos y las iniciales de los apellidos son bastante útiles para esto.
            Lo primero que Zoe le dijo a su compañero de juegos fue: “¡Salí de acá que no quiero que me veas en camisón!”. Y se tapó con las frazadas... desde la hebilla que le sujetaba tres pelitos del flequillo... hasta el dedo gordo del pie, que sobresalía del agujero que ella misma había hecho en la media con su tijera nueva.
Nicolás, ya saben a cuál me refiero, se quedó esperando afuera, con ojos y boca impacientes. Después de veinte minutos colorados de vergüenza, se abrió la puerta.
            Zoe estaba hecha una reina. Se había puesto su disfraz de araña y estaba lista para jugar. El grito penetrante de oruga asustada lanzado por Nico dio comienzo al juego y provocó el primer reto de la mañana, porque los vecinos aprovechan los sábados para descansar. La araña persiguió a su desayuno por todo el departamento.
Por fin, pudo atraparlo en la cama de sus padres, gracias a la telaraña que había tejido con los cordones de las zapatillas. Entonces, para inyectarle su veneno paralizante, lo mordió. Al instante, todo el edificio escuchó el segundo grito de Nicolás D. K. y los dos recibieron varios retos seguidos. Uno por el asunto de los vecinos dormilones, otro por haber desarmado la cama que tanto cuesta hacer y otro más por sacar los cordones de las zapas que son tan difíciles de pasar. Zoe le echó la culpa de todo a la televisión, de donde había aprendido a cortar medias y flequillos para refrescarse en verano, así como a tejer redes de hilo para atrapar bichos y niños gritones.
            Obligados a jugar en la pieza, los inseparables amigos decidieron organizar un campamento ahí mismo. Mientras ella se sacaba las patas de araña y se ponía la ropa de exploradora, él tuvo que esperar quince minutos encerrado en el placard, hasta que la puerta se abrió.
Nico inició el juego con un rugido de oso con rulos que asustaría al más valiente, y ella le respondió con un gritito, ahogado, para evitar que los retaran nuevamente. Él consideró oportuno ese momento para devolverle a Zoe la mordida arácnida y, por las dudas, también la rasguñó. La exploradora lloró, gritó y pataleó.
Él trató de explicarle que lo que tenía que hacer no era semejante escándalo, sino agarrar su escopeta y dispararle, pero parece que ese rasguño no se arreglaba solamente con un balazo. Llegó la mamá de Zoe y los separó. Por un rato largo no jugarían juntos.
Nicolás se quedó en el living, arrodillado en la silla de la computadora sin poder usarla. Zoe estaba en el dormitorio de sus padres, sentada en la cama, mirando aburrida la televisión apagada. Ambos se lamentaban. “¿Para qué le habré inyectado todo mi veneno, si con un poquito alcanzaba?” “¿Para qué la habré rasguñado si a mí lo que me gusta es abrazarla?” Ambos suspiraban. “De todos los Nicolases del mundo, él es mi preferido.” “De todos los venenos de araña del Universo, el de Zoe es el más dulce.” 
            Ella miró hacia el living y encontró el reflejo de su amigo en el espejo grandote del pasillo. Estornudó fuerte para llamar su atención y sus ojos. Cuando Nico giró sus rulos, se encontró con una frente amplia y hermosa y, más abajo, con los labios regordetes de Zoe sonriéndole a través del espejo. Por señas, se pidieron disculpas y se amigaron, deseando estar de nuevo el uno con el otro.
            Al rato, la mamá de Zoe, que había visto disimuladamente la escena desde el balcón, los dejó jugar juntos otra vez, con la condición de que no gritaran ni se lastimaran. Acordaron convertirse en espías y decirse mensajes secretos al oído. Además, se las agarrarían contra enemigos imaginarios, de esos a los que no les duele si uno los muerde o los rasguña y no provocan peleas entre los mejores amigos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

que lindo cuento, analia. soy leo el hijo de tu amiga marina. un saludo a nico d k

Analía Elisa Klinger (VH) dijo...

Gracias, hijo de mi amiga Marina, es decir, Leo, hijo de Soul. Te cuento que Zoe es amiga de Nico desde hace 8 años. De Nico D. K.,porque Nicolases hay a montones. :)